Si a lo largo de la historia del Toreo podemos encontrar algunos diestros que pecaron por acción y a otros que lo hicieron por omisión, el Niño de la Palma pecó por las dos cosas: por las muchas faenas malas que hizo y por las muchas buenas que dejó de hacer pudiendo haberlas hecho.
Su apatía y su abandono fueron comparables, por su magnitud, a sus excelentísimas cualidades de torero; de haber querido "sacar pecho", para hacerse a sí mismo una parodia de aquella Profecía del Tajo del gran Fray Luis de León, pudo ser la primera figura de una corta época; pero careció del espíritu arrebatado que a veces es preciso en las personalidades relevantes que quieren consolidar una posición, y a pesar de los mimbres que le dieron y del tiempo de que dispuso no hizo los cien cestos del refrán.
Resolvía pocas veces en una actuación brillante, absoluta y completa,...y cuando ésta se registraba, venían bien las Chuflillas que la musa de Rafael Alberti le dedicó:
"¡Qué revuelo!
¡Aire, que al toro torillo
le pica el pájaro pillo
que no pone el pie en el suelo!
¡Que revuelo!
Angeles con cascabeles
arman la marimorena,
plumas nevando en la arena
rubí de los redondeles.
La Virgen de los caireles
baja una palma del cielo.
¡Que revuelo!
.................................."
"Don Ventura"
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