jueves, 21 de enero de 2010
EL DIVINO CALVO
Era aún un tierno rapazuelo el siglo XX, aquella tarde en que alternando Rafael el Gallo con Vicente Pastor, había cosechado el primero de ellos una de esas faenas en que la suerte de que más uso hizo fue la de la “espantá”. El público de Madrid, haciendo gala de esa frenopática sutileza que de siempre le ha caracterizado, lo quiso devorar. Imáginese el centón de donaires que podían salir de aquellas fauces abigotadas, previo paso por el magín cubierto de hongos y canotiers de la época. El “zordao romano”, que fue como el ingenio sevillano motejó a Vicente Pastor, se acercó a Rafael con objeto de consolarle haciendo causa común con él, diciéndole “Hay que ver, Rafael cómo está el público esta tarde“. A lo que el inmarcesible artista andaluz contestó: “Para ti, estupendo. Te los he dejado a todos roncos“.
Genial.
Y es que ese es el epíteto que de siempre acompañó a Rafael. El de genial. Juan Belmonte acertó de pleno al observar que se torea como se es. Y Rafael, dado que era genial, toreaba genial. Él mismo lo decía al justificar una de sus más que constantes tardes de penumbra, “los toreros estamos unas veces genial, y otras menos genial“. Los toreros.
Y es que Rafael tenía muy claro su concepto del Toreo. Hay quien se empeña, con un obstinado afán pedagógico, en pretender crear compartimentos estanco. En ubicar con un punzón en el pecho, como si de una colección de mariposas se tratara, a cada torero dentro de una corriente. Como si los toreros, y más aún los que tienen el don natural del Arte, no pudieran ser permeables a distintas pautas que engrandezcan su patrimonio conceptual. Rafael el Gallo desarrolló su carrera taurina en distintas épocas, y si bien es cierto que guardó soberano respeto por los matices aprendidos de su padre, el señor Fernando, en aquella huerta del Lavadero de la sevillana localidad de Gelves, no es menos cierto que en su sangre fluía también la flema de una raza insumisa por definición, e inadaptada por aspiración. De la señá Gabriela lució el distintivo de una gitanería de cuño aristocrático con el anarquizante perfume de aquel ascendiente que fue Manuel Díaz “Lavi”. Un torero capaz de sostener encendidas conversaciones con los toros. Y es que el señuelo gitano, abomina de las escuelas. De este modo, Rafael se sostuvo durante muchos años gracias a ese preclaro concepto que ocultaba la pirotecnia de lo inesperado. Consciente del caudal heredado, no por ello dejó de innovar, de transitar nuevas vías a través de la creación de inéditas suertes tamizadas todas ellas por el sutil secreto en que reposa el toreo eterno. Porque Rafael siempre hizo gala de una cachaza apuntalada por un temple de vocación perenne. Jamás fue brusco con los toros, ni pretendió dirimir diferencias a base de tosquedades como sus coetáneos Bombita y Machaquito. Él jamás incurrió en esfuerzos banales, si de llevar la contraria a un toro se trataba. De ahí que se le designara como un torero anticombativo. Al toro que le observaba química en la mirada no trataba de disuadirle, ni con la donosura del cuidado paño de su muleta, ni con el esforzado afán de un trabajo que él evaluaba de infructuoso.
No obstante, esto no significaba que tuviera bajas las defensas de su orgullo. Con ocasión de los consejos que le dispensaba su hermano menor, Joselito, instándole a retirarse por considerar que deambulaba por la delgadísima línea que separa lo gallardo de lo grotesco, Rafael, le espetó: “¡Pero qué dices, mamarracho. Has de saber que yo soy mucho mejor torero que tú“. A Joselito. Ahí es nada. Ni que decir tiene que esa temporada rayó a una altura inimaginable.
Rafael fue un torero a contracorriente. Un hombre que, desde la dúctil peana de su bonhomía, rechazó de forma silente y elegante los postulados concluyentes de una ortodoxia con hedor a rancio. Un torero que en la pira sacrificial se ofrendaba a sí mismo como víctima propiciatoria al dios de la imaginación. El artista consciente de su obra, cuidada desde el prisma que le instaba a buscar nuevas vías de expresión.
Le llamaron el Divino Calvo, pues en su despejada mente bullía un mundo en permanente estado de creación. Sólo su respeto por la liturgia entronca con Lagartijo y con Guerrita, de quienes se aparta conceptualmente para seguir engrandeciendo el Arte del Toreo.
Se distancia de tal modo de ellos, que se constituye en uno de los profetas de Belmonte. Es curioso que este sea un dato en el que muy pocos “doctores” taurinos ha reparado. Sólo Hemingway acertó a consignarlo por escrito, “del mismo modo que Belmonte es el padre del Toreo moderno, Rafael el Gallo es su abuelo“. Y considero esta afirmación de una certeza incuestionable. Que Antonio Montes, o el Espartero, comenzaran a pisar los terrenos en que edificó Belmonte su herejía, no es suficiente aval como para otorgarles la exclusiva de tener al trianero por epígono. Juan no sólo descubrió un sitio, también abundó en un modo. En una manera. Y esa manera la venía cultivando años atrás Rafael el Gallo. Gaona reconoció que cuando vino a España, mucho antes de que Belmonte tomara la alternativa, en quien se fijaba era en el Gallo, “que por entonces era el que sabía torear“.
Y es que, parece pretender germinar una nueva corriente con afán inversor en el dogma de un Rafael el Gallo anquilosado en la tauromaquia denominada clásica. Pues sepan que faltan a la verdad. El Divino Calvo no fue un torero antiguo. Ya Pepe Alameda lo tildó de heterodoxo sin asomo de violencia. Y ahí dio en la clave, porque Rafael fue un heterodoxo. No olvidemos que en todo heterodoxo late el germen de una nueva ortodoxia. La ortodoxia que llegó a la pila bautismal en brazos de Rafael. Hay una fotografía ilustrativa de la modernidad de el Gallo. Se trata de una imagen en la que aparece el sin par torero instrumentando un natural a un berrendo de Concha y Sierra en la plaza de toros de Pamplona. Resulta de una contemporaneidad impresionante.
Rafael se apartó, como ya he señalado de Lagartijo, de Guerrita y del más ilustre heredero de estos dos matadores, como fue su hermano Joselito de quien dijo: “¿Mi hermano José?. Aquello fue un gigante con una casta torera que no le cabía en el cuerpo. ¡Demasiada casta para poder torear bien!. Porque como era su obsesión dominar y tenía tan enorme poderío, a los cuatro pases ya estaban rotos sus toros. Yo le replicaba siempre, José tú tienes la culpa, porque para torear bien hay que acariciar“.
Así pues, si pretendemos reivindicar la figura del Divino Calvo, hagámoslo con conocimiento de causa.
A todo lo apuntado no me resta sino añadir que, naturalmente que Curro Romero y Rafael de Paula son consecuencia de Rafael el Gallo. Como todos los pocos toreros geniales que después de él han pisado el ruedo de una plaza de toros.
Fotografias: Manuel Vaquero (ARCHIVO RAGEL)
Texto de Francisco Callejo de www.lacharpadelazabache.com
Agradecimiento al gente torera ( http://www.gentetorera.es/) por facilitarnos los textos
Por eso los evangelistas de la ortodoxia de sus días, como F. Bleu, le llamaron "artífice de bagatelas", porque no les cabía en la mente, que el toreo habría de evolucionar, de transformarse.
ResponderEliminarLo que sucedía en esos días, es que el toro requería una lidia distinta a las "caricias" que proclamaba Rafael.
Pero no olvidemos algo, el "señó Fernando" le dijo a su viuda en el lecho de muerte, que mientras Rafaelito pudiera coger un capote en las manos, nada le faltaría... Algo le vio seguramente.
Saludos desde Aguascalientes, México.
Muy bueno el post. Una pena que no lo actualices a menudo.
ResponderEliminarentradas jose tomas madrid